Naciones Construidas sobre Mentiras
Volumen 1 – Cómo se Enriqueció Estados Unidos
Parte 6
CHINESE ENGLISH POLSKI PORTUGUESE SPANISH
Larry Romanoff, octubre, 2021
Traducción: PEC
Parte 6 – Espionaje y más
Contenido Parte 6
Espionaje Comercial Patrocinado por el Estado
-Shamrock y Echelon
-Algunos Ejemplos de ECHELON
Proteger el Camino de Uno hacia la Prosperidad
Mantén tus Desechos Miserables en Casa
Control y Riqueza a través de Cárteles
Epílogo
Espionaje Comercial Patrocinado por el Estado
-Shamrock y Echelon
Después de digerir su robo masivo de ideas, cosas y personas de Paperclip tras el final de la Segunda Guerra Mundial, los EE.UU. no perdieron tiempo en diseñar e implementar la mayor red de espionaje comercial del mundo que jamás haya existido, y que todavía existe de forma enormemente ampliada hoy en día – como vimos por las revelaciones de Edward Snowden. Hoy en día, un porcentaje asombrosamente alto del tráfico mundial de Internet pasa por los Estados Unidos en su camino hacia Europa o Asia; una situación similar existía con la telegrafía y el teléfono al final de la Segunda Guerra Mundial, una situación que el gobierno estadounidense inmediatamente explotó al máximo. Con la plena cooperación de RCA, ITT y Western Union -que transmitían casi todo el tráfico telegráfico estadounidense- la NSA recibía copias diarias en microfilm de todos los telegramas que entraban, salían y pasaban por Estados Unidos. Se trataba del Proyecto Shamrock, iniciado en 1945 para acceder a todos los mensajes telegráficos en busca de información comercial que pudiera ayudar a las empresas estadounidenses a ser más “competitivas” en los mercados internacionales. El primer objetivo previsto fue, por supuesto, Alemania, ya que ese país había demostrado su gran superioridad en ciencia y desarrollo, pero naturalmente, el mundo entero se convirtió rápidamente en un objetivo, y Shamrock evolucionó en Echelon, haciendo las mismas cosas pero a una escala casi infinitamente mayor y global.
Echelon comenzó con el espionaje del Reino Unido sobre Rusia y Europa del Este, plan que acabó implicando a Estados Unidos y que luego evolucionó hasta convertirse en lo que se conoce como la red de los “Cinco Ojos”, que ha sido descrita como el club de espionaje más poderoso del mundo, una red clandestina de recogida y análisis de información comercial de proporciones asombrosas, diseñada por Estados Unidos y en la que participan Australia, Canadá, Nueva Zelanda y el Reino Unido. El sistema está diseñado para interceptar e inspeccionar las comunicaciones de las transmisiones comerciales por satélite, así como las llamadas telefónicas mundiales, los faxes, el correo electrónico, las redes telefónicas públicas conmutadas, la mayor parte del tráfico de Internet, los enlaces de microondas, los cables submarinos y otro tráfico de telecomunicaciones civiles. El objetivo es obtener acceso a información comercialmente beneficiosa que pudiera crear ventajas competitivas para las grandes empresas, en su mayoría estadounidenses, ya que los otros miembros de Echelon no están activos en la mayoría de las áreas industriales que conciernen a Estados Unidos.
El sistema es tan sofisticado que utiliza el reconocimiento de huellas de voz para identificar los patrones del habla de las personas seleccionadas que realizan llamadas telefónicas internacionales, y decide automáticamente qué conversaciones vigilar. Su existencia fue al principio negada con vehemencia por Estados Unidos, pero ya no hay dudas, como tampoco las hay de que la finalidad permanente del sistema es interceptar y vigilar las comunicaciones privadas y comerciales, y no el tráfico militar. De hecho, el Comité de Gestión de Echelon recomendó al Parlamento Europeo que los ciudadanos europeos encriptaran sus comunicaciones, porque las agencias de inteligencia estadounidenses realizaban espionaje económico con el sistema.
En la actualidad, Echelon intenta interceptar y vigilar todas las transacciones de comunicaciones transmitidas por satélite, cables submarinos, fibra óptica, líneas telefónicas, microondas y más, espiando a todas las naciones, y si es posible, a todas las personas de la Tierra. Además, clasifica y almacena toda esta información a perpetuidad, en la mayor base de datos del mundo situada en el desierto americano, en Bluffdale, Utah. Se trata de un espionaje comercial patrocinado por el Estado a escala mundial, destinado principalmente a beneficiar a las corporaciones multinacionales estadounidenses en su búsqueda del dominio global.
Echelon fue revelado inicialmente al mundo en 1988 por un periodista británico llamado Duncan Campbell, pero los principales medios de comunicación se negaron a darle el micrófono y su descubrimiento quedó en nada. Unos diez años más tarde, un periodista neozelandés llamado Nicky Hager escribió un libro que debería haber causado una enorme indignación internacional, pero de nuevo tampoco consiguió el control del micrófono. Sólo las revelaciones más recientes y detalladas de Edward Snowden han permitido finalmente levantar la tapadera de este nido de cucarachas internacional. En los tres casos, los aspectos comerciales de Echelon fueron claramente esbozados, pero el gobierno de Estados Unidos se las arregló para sabotear la publicidad alegando que todo el espionaje era para prevenir el terrorismo.
Los programas Shamrock y Echelon se diseñaron hace más de 50 años con el único propósito de realizar espionaje industrial, y Echelon continúa hoy en día de una forma muy ampliada. Cuando Shamrock se transformó en Echelon, la tecnología de las comunicaciones era más primitiva que la actual, pero los estadounidenses lograron mucho con las pocas herramientas que poseían y con el gran número de científicos alemanes que tenían cautivos. Hay literalmente cientos de informes documentados que se remontan a los años 70 y 80, cuando la mayoría de los equipos de telecomunicaciones se fabricaban en Estados Unidos y estaban diseñados para adaptarse a los esfuerzos del espionaje estadounidense. Además de encontrar la manera de intervenir todos los cables transatlánticos y de copiar todos los telegramas, los estadounidenses por fin hicieron gala de su reconocida innovación y creatividad autóctonas. Por un lado, todas las máquinas de fax y la mayoría de las copiadoras de grandes oficinas (al menos las fabricadas por Xerox) salían de fábrica “preparadas para el espionaje”, con puertas traseras e instrucciones para reenviar todo el contenido a un sitio de recepción de Echelon. También hay cientos de informes documentados sobre la instalación por parte de la CIA de impresoras Xerox “preparadas para el espionaje” en todas las embajadas extranjeras en Estados Unidos, y sobre la producción por parte de Motorola de redes de telecomunicaciones con puertas traseras en el sistema Echelon de Estados Unidos, y su instalación en todo el mundo. Cuando el gobierno de EE.UU. afirma que sólo recoge datos relacionados con el terrorismo, es una mentira de enorme magnitud.
Estos procesos nunca han disminuido, sino que se han vuelto más inteligentes y difíciles de detectar. Cabe señalar que Europa, y concretamente Alemania, no forma parte de esta red, sino que es una víctima. La razón por la que tenemos los “Cinco Ojos” es que ninguno de los otros cuatro (exceptuando EE.UU.) es una nación manufacturera, y por lo tanto (1) no representan ninguna amenaza comercial para EE.UU., (2) sirven como útiles puestos de reunión de marionetas sin ningún beneficio para ellos mismos, y (3) sirven como un mecanismo muy inteligente de violación de la ley al compartir la información recopilada entre sí con el fin de eludir las regulaciones nacionales restrictivas sobre la vigilancia de los ciudadanos. Por si no está claro, por ley no puedo espiar a mis propios compatriotas, así que en su lugar espío a los tuyos y comparto la información contigo. Tú me correspondes, y ninguno de los dos ha violado la legislación nacional.
Siempre, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, el gobierno de EE.UU. ha utilizado a la CIA, el FBI y la NSA para llevar a cabo espionaje comercial a nivel mundial, con la intención de ayudar a la competitividad de la industria de EE.UU., y lo ha hecho con mucha más imaginación de la que se refleja en las revelaciones de Edward Snowden. A medida que pasaba el tiempo y la Guerra Fría parecía llegar a su fin, las agencias de inteligencia estadounidenses necesitaban un nuevo propósito, por lo que el gobierno de EE.UU. las re-orientó hacia el espionaje comercial patrocinado por el Estado como una medida ofensiva diseñada para perpetuar la entonces existente supremacía comercial de EE.UU., asegurando el potencial robo de cada nueva idea comercial de cualquier parte del mundo. Gerald Burke, que fue director ejecutivo de la Junta Asesora de Inteligencia Exterior del presidente Nixon, afirma que el espionaje comercial fue respaldado por el Gobierno de Estados Unidos ya en 1970. Se le cita diciendo: “En general, recomendamos que, en adelante, la inteligencia económica se considerará una función de la seguridad nacional de EE.UU., (con) una prioridad equivalente a la inteligencia diplomática, militar y tecnológica”. Inmediatamente después de llegar al cargo, en enero de 1993, el presidente Clinton se sumó a la maquinaria de espionaje corporativo creando el Consejo Económico Nacional, que con inteligencia comercial robada alimenta a empresas seleccionadas para mejorar la “competitividad” de EEUU.
Otro funcionario dijo: “La recopilación de información de EE.UU. no está a cargo de las empresas estadounidenses. Se encarga el gobierno. Sin embargo, la inteligencia en materia de comunicaciones se transmite a través de canales a los organismos, como el Departamento de Comercio y la Casa Blanca, entre otros. Hay un canal formal para pasar datos de inteligencia de comunicaciones a las empresas”. Afirmó que “se pueden encontrar pruebas de la canalización de inteligencia económica en informes públicos, incluido un artículo del Baltimore Sun de 1996 en el que se informaba de que el Departamento de Comercio pasaba rutinariamente dicha información a determinados ejecutivos de empresas estadounidenses”. Por lo tanto, podemos dejar de lado las afirmaciones del gobierno estadounidense de que sólo realiza un espionaje “bueno” relacionado con el terrorismo, mientras que países como China realizan un espionaje “malo” para robar secretos comerciales.
Cuando Edward Snowden reveló el alcance de la red mundial de recopilación de información de la NSA, muchos funcionarios estadounidenses hicieron todo lo posible por desviar las críticas alegando que sólo recopilaban información relacionada con el terrorismo, mientras que China, a diferencia de los santos Estados Unidos, recopilaba información comercial. Pero entonces varios países, entre ellos Alemania y Brasil, hicieron pública la información de que la NSA había penetrado en muchos de sus establecimientos comerciales y había estado robando tecnología y secretos industriales. Después de haber recibido una bofetada tan fuerte y tan pública, los estadounidenses finalmente se callaron, pero no hubo ningún indicio de vergüenza ni de bochorno, sólo el arrepentimiento normal de un ladrón por haber sido descubierto.
Estados Unidos no es la única nación que realiza esta actividad. Según Robert Gates, ex director de la CIA, hay unos 20 países que practican el espionaje económico de Estado en Estados Unidos. El peor infractor es Israel, seguido de Francia, Rusia y Gran Bretaña. China no ocupa un lugar destacado en esta lista. Uno de los casos más famosos relacionados con Francia fue el descubrimiento de que la agencia de espionaje francesa, la DGSE, había colocado micrófonos en todas las cabinas de primera clase de los aviones de Air France, con el fin de grabar las conversaciones entre los hombres de negocios que viajaban. Para que no quede duda, esa lista de 20 países fue elaborada por los estadounidenses, por lo que no es de extrañar que no aparezcan en los primeros puestos.
Me gustaría señalar aquí que también hay un gran número de empresas estadounidenses denominadas “de investigación” y de otro tipo en China, algunas de las cuales se dedican principalmente a ejercer presión para los intereses del gobierno estadounidense, pero muchas otras son en realidad operaciones de inteligencia, utilizadas para recopilar información militar y comercial útil. Muchas de ellas son multinacionales estadounidenses como Coca-Cola, cuyos ejecutivos recopilan desde información de mercado hasta información política, y cuyos conductores parecen ser expertos en recopilar coordenadas GPS de utilidad militar. Los periodistas estadounidenses son otra fuente. Casi todos dependen en gran medida del gobierno estadounidense o de la CIA para su financiación, hasta un total de miles de millones de dólares. Más adelante más.
Algunos Ejemplos de ECHELON
Son muchos los casos de espionaje industrial y/o de inteligencia competitiva de los que se ha informado en diversos medios de comunicación. A menudo, la CIA, la NSA, el Departamento de Comercio de los Estados Unidos, el Departamento de Estado de los Estados Unidos, las embajadas estadounidenses y otras agencias de los Estados Unidos actúan como un equipo coordinado.
Estados Unidos lleva años lamentando que sus tecnologías de energía eólica y solar estén muy por detrás de las de China y Alemania, así que cuando la empresa alemana Enercon produjo un nuevo aerogenerador con características técnicas y competitivas muy atractivas, la CIA y la NSA entraron en acción combinada. La CIA adquirió ilegalmente toda la información técnica sobre este nuevo producto, mientras que la NSA hackeó los sistemas y adquirió los códigos necesarios para entrar y apagar los generadores eólicos de Enercon, de modo que se pudiera copiar la tecnología y el software. A continuación, las dos agencias entregaron patrióticamente toda la información recopilada a una empresa estadounidense, Kenetech, que a continuación solicitó las patentes estadounidenses del producto, el software y los sistemas. A Enercon, la empresa alemana que inventó esta tecnología, se le prohibió entonces exportar sus propios aerogeneradores a los Estados Unidos, y fue demandada en los tribunales estadounidenses por la empresa estadounidense Kenentech por violación de los derechos de patente (¡sobre sus propios productos!) alegando que Enercon (la empresa alemana) había obtenido secretos comerciales ilegalmente. Como el Presidente Obama nos ha dicho con frecuencia, “si el campo de juego está equilibrado, Estados Unidos siempre ganará”.
Luego, para completar la nivelación del campo de juego que tanto admiran los estadounidenses, el gobierno de Estados Unidos organizó que un gran jurado federal acusara a la empresa china Sinovel y a dos de sus altos ejecutivos por el supuesto robo del código fuente del software de las turbinas eólicas a una empresa de ingeniería estadounidense. De hecho, la empresa china tenía un claro derecho contractual a utilizar y modificar el código fuente en cuestión, pero el Departamento de Comercio de EE.UU. apoyó firmemente la farsa, ya que la intimidación legal de un gran jurado es poderosa, y plantear una defensa adecuada incluso en condiciones de clara inocencia requiere un enorme gasto en fondos y tiempo de gestión, suficiente para frenar a China.
Volkswagen descubrió accidentalmente una gran cantidad de micrófonos y cámaras infrarrojas en su propiedad, ocultas en lugares que van desde las salas de juntas hasta el césped, que transmitían imágenes, especificaciones técnicas e información sobre los nuevos automóviles de VW. Volkswagen descubrió que sus videoconferencias ejecutivas habían sido grabadas, incluyendo conversaciones sobre nuevos productos, listas de precios, planes secretos para nuevas plantas de automóviles y planes para un nuevo coche pequeño especialmente atractivo. Toda esta información fue rastreada hasta la NSA, que ya la había remitido a General Motors y a su filial Opel en Alemania. Volkswagen alegó que este acto de espionaje y la transmisión de información a sus competidores estadounidenses le había causado unas pérdidas de cientos de millones de dólares. Y Volkswagen no puede hacer nada, todavía sujeta al acuerdo forzoso de que “Alemania no planteará en el futuro ninguna objeción contra las medidas que se han llevado o se llevarán a cabo con respecto a los activos alemanes…”. “Si el campo de juego está nivelado, Estados Unidos siempre ganará”.
A los fabricantes de automóviles japoneses no les fue mejor. A petición del presidente de EE.UU., la CIA espió a los fabricantes de automóviles japoneses, interceptando y registrando información sobre sus planes de diseño de coches de emisiones cero, remitiendo esa información a los fabricantes de automóviles estadounidenses Ford, General Motors y Chrysler. El New York Times informó de que la NSA y la estación de la CIA en Tokio participaron en el suministro de información detallada a los negociadores comerciales de EE.UU. en Ginebra, enfrentados a las empresas automovilísticas japonesas en una disputa comercial. Los japoneses acusaron a la NSA de seguir vigilando las comunicaciones de las empresas japonesas en nombre de las estadounidenses. La CIA también hackeó el sistema informático del Ministerio de Comercio japonés mientras ese país negociaba con EEUU las limitaciones a la importación de coches japoneses. Al conocer la posición japonesa, Estados Unidos pudo exigir cuotas de importación de automóviles mucho más bajas de lo que había previsto.
Con el programa ECHELON todavía en plena vigencia, el espionaje y la piratería informática en los departamentos de gobiernos extranjeros es una especialidad de la NSA y la CIA, ya sean esos gobiernos amigos o enemigos. Hace algunos años, la NSA interceptó faxes y llamadas telefónicas relativas a las negociaciones de compra entre Airbus y la compañía aérea nacional de Arabia Saudí. Tras remitir esta información a los competidores estadounidenses de Airbus, Boeing y McDonnell-Douglas, los estadounidenses obtuvieron el contrato de 6.000 millones de dólares.
El gobierno brasileño adjudicó a la empresa francesa Thomson-Alcatel un importante contrato multimillonario para la vigilancia por satélite de la cuenca del Amazonas. Después de que la CIA y la NSA interceptaran las comunicaciones gubernamentales relacionadas con el contrato, Estados Unidos dispuso de suficiente información para ejercer una presión extrema sobre Brasil para que renunciara al acuerdo, y el contrato se adjudicó entonces a la empresa estadounidense Raytheon. En un caso similar, la NSA interceptó mensajes sobre un acuerdo inminente de 200 millones de dólares entre Indonesia y el fabricante japonés de satélites NEC Corp. Tras la intervención de Estados Unidos en nombre de los fabricantes estadounidenses, el contrato se repartió entre NEC y AT&T.
En otro caso importante, el Presidente de EE.UU. ordenó a la NSA y al FBI que montaran una operación de vigilancia masiva en una conferencia de la Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC), que se celebraría en Seattle. Una fuente de inteligencia para la historia relató que más de 300 habitaciones de hotel habían sido intervenidas para el evento. El objetivo era obtener información sobre los acuerdos asiáticos en materia de petróleo e hidroelectricidad, que luego se transmitiría a funcionarios de alto nivel del gobierno estadounidense relacionados con las empresas americanas que competían por los contratos.
El soborno está relacionado con esta categoría de adquisición de riqueza de forma furtiva. Estados Unidos es famoso por su hipocresía a la hora de condenar a cualquier nación o empresa extranjera lo suficientemente torpe como para ser sorprendida ofreciendo sobornos, pero tiene un largo historial de pago de sobornos para obtener contratos comerciales para sus multinacionales. Las aeronaves comerciales y militares constituyen un ámbito en el que Estados Unidos ha estado especialmente activo, habiendo pagado, por ejemplo, importantes sobornos al menos a Italia, Bélgica y Alemania para adquirir el avión Lockheed F-104, con sede en Estados Unidos, y los sobornos en nombre de Boeing ya no son noticia. Además, se nos ha informado de muchas reclamaciones de sobornos patrocinados por el Estado estadounidense en favor de empresas de ese país. A menudo se promete a una nación beneficios políticos o diplomáticos si apoya el libre desenfreno de las multinacionales estadounidenses, como los bancos, en un mercado nacional. Mucho de esto entra en la categoría de extorsión patrocinada por el Estado, una categoría en la que Estados Unidos destaca.
Proteger el Camino de Uno hacia la Prosperidad
Este es otro de los principales factores que contribuyen a la dominación económica de EE.UU., un proceso en el que todavía se complace en gran medida hoy en día mientras condena a otras naciones por pecados que son infinitamente menores. El proteccionismo es la política de utilizar el poder de las regulaciones gubernamentales para desalentar las importaciones y evitar la toma de posesión extranjera de los mercados y empresas nacionales, utilizando aranceles e impuestos sobre los bienes importados, cuotas de importación, así como políticas comerciales inteligentes, burocracia, presión política y una serie de otros métodos. Es cierto que hay ocasiones en las que una nación puede tener buenas razones y válidas para proteger sus industrias y mercados del comportamiento depredador de gobiernos y empresas extranjeras, pero son principalmente las naciones depredadoras, sobre todo EE.UU., las más proteccionistas. Cuando el zorro sale a robarte las gallinas, se preocupa de proteger las que ya tiene para que no las robe otro. El proteccionismo es un talento con el que Estados Unidos parece haber estado injusta y excepcionalmente bien dotado, y durante más de 200 años estas políticas comerciales han estado desenfrenadas en Estados Unidos, iniciadas por el gobierno de ese país para proporcionar todas las ventajas a sus industrias nacionales.
El proteccionismo en su estado nativo consiste en poco más que programas de bienestar corporativo, ejemplos clásicos de grupos de intereses especiales que utilizan la fuerza del gobierno para obtener beneficios privados a costa de la población. Los grupos industriales estadounidenses, como la siderurgia, la fabricación de automóviles, la industria textil y electrónica o la agricultura, obtienen enormes beneficios de la ayuda de su gobierno para restringir la competencia extranjera. Esto es casi siempre perjudicial y costoso para los consumidores nacionales, que inevitablemente pierden con estas medidas. Pero en Estados Unidos, con los medios de comunicación en la misma página que el gobierno y las grandes multinacionales, los consumidores estadounidenses no suelen ser conscientes de lo que se les hace. Un ejemplo típico sería un arancel sobre las prendas de vestir extranjeras, que no sólo encarece los productos extranjeros, sino que permite a las empresas nacionales subir sustancialmente sus precios ahora que están libres de competencia. Con los elevados aranceles para proteger a los fabricantes nacionales de las importaciones chinas de menor coste, 300 millones de estadounidenses estaban pagando 20 dólares más por un par de vaqueros para que dos o tres empresas nacionales influyentes pudieran obtener mil millones de dólares más de beneficios.
En las últimas décadas, el gobierno de EE.UU. mantuvo un asalto mediático constante contra China con quejas sobre los bajos salarios, una moneda infravalorada, el dumping de productos, acusaciones de subvenciones injustas y otras “trampas” sin especificar por parte de los chinos, que producían los bajos costes de China y que hacían necesarias las represalias proteccionistas de EE.UU. Pero mágicamente, cuando las multinacionales estadounidenses trasladaron su producción a China para aprovecharse directamente esos mismos bajos costes, el gobierno de EE.UU. retiró inmediatamente sus aranceles textiles y comenzó a alabar los bajos costes. La conclusión obvia es que cuando las empresas chinas exportan vaqueros baratos de China a EE.UU., lo hacen porque hacen trampas y su moneda está infravalorada, pero cuando las empresas estadounidenses exportan vaqueros baratos de China a EE.UU., el mérito es de la eficiencia y el ingenio estadounidenses y de la grandeza de la democracia. Debería ser evidente para los lectores que los costes y la moneda son los mismos en ambos casos.
Según Patrick Buchanan,
“Detrás de un muro arancelario… Estados Unidos pasó de ser una república agraria costera a convertirse en la mayor potencia industrial que el mundo haya visto jamás, en un solo siglo. Tal fue el éxito de la política llamada proteccionismo que hoy se desprecia tanto”.
Buchanan tiene razón, al menos en parte, en su afirmación. Ciertamente, el éxito industrial de EE.UU. se ha visto favorecido de forma inconmensurable por las constantes y omnipresentes medidas proteccionistas que el gobierno de EE.UU. ha infligido a las mercancías extranjeras desde el mismo comienzo de la República. Una vez iniciada la industrialización, EE.UU. aprendió rápidamente los beneficios del proteccionismo y experimentó con diversas formas y justificaciones, incluida la necesidad de “proteger a los fabricantes estadounidenses de los bajos salarios de Europa”. ¿Le resulta familiar? A principios del siglo XIX, los aranceles de importación de EE.UU. superaban el 50% de media, y en 1900 los aranceles comerciales habían alcanzado proporciones gigantescas, y EE.UU. abandonó más o menos cualquier pretensión de que los aranceles sirvieran para proteger a las industrias nacientes.
Quizá en ningún otro lugar las medidas proteccionistas estadounidenses fueron tan obviamente depredadoras como en su colonización militar y saqueo de las naciones subdesarrolladas. Cuando las empresas estadounidenses extraían recursos o materias primas de los países más pobres, estos productos siempre entraban en Estados Unidos libres de impuestos. Sin embargo, si alguna empresa nacional de esas naciones intentaba exportar a EE.UU. materias primas o productos acabados, se establecían aranceles hasta niveles que impedían la entrada en el mercado, que a menudo alcanzaban entre el 50% y el 80%, y a veces varios cientos por cien. Sin embargo, Estados Unidos utilizaba estas colonias no sólo como fuente de materias primas, sino como mercados de productos acabados, en cuyo caso no se permitía a ningún país imponer derechos de importación de quizás más de un 5% a los productos estadounidenses, obligando a los países a firmar tratados a tal efecto. Una vez más, la versión estadounidense del juego limpio y la igualdad de condiciones. Todas las Administraciones estadounidenses han seguido la filosofía depredadora mejor expresada por el presidente Wilson, cuando dijo que se derribarían las puertas de otros países “aunque en el proceso se ultraje la soberanía de las naciones que no están dispuestas”.
El proteccionismo se convirtió rápidamente en una característica permanente de la política comercial estadounidense. Cuando los estadounidenses negociaron los Acuerdos de Libre Comercio del GATT, la OMC y el TLCAN, no lo hicieron por falta de sentimiento proteccionista, sino por la percepción de una ventaja y una posición negociadora poderosa frente a sus socios comerciales. Siempre estuvo claro que la intención de Estados Unidos al crear estos llamados acuerdos de “libre comercio” era principalmente forzar la apertura de otros mercados a las empresas y productos estadounidenses. Estados Unidos nunca redujo sus propias barreras comerciales a menos que obtuviera mucho más a cambio, e incluso entonces se mantuvieron gran parte de las medidas proteccionistas originales. Estados Unidos tenía la fuerza y el poder de negociación para forzar acuerdos redactados principalmente para beneficiar a las empresas estadounidenses, y se hacían con la expectativa de que Estados Unidos ganaría en todos los frentes. Y por supuesto, en las ocasiones en que esta ventaja no se materializaba como estaba previsto, EE.UU. se quejaba inmediatamente de comercio injusto y de querer “igualdad de condiciones”. La posición estadounidense sobre el comercio representa la hipocresía en su máxima expresión. EE.UU. predica el libre comercio sólo cuando gana y se beneficia de él, pero cuando se encuentra a la zaga debido a la falta de competitividad de las empresas estadounidenses, la teoría del libre mercado se abandona rápidamente en favor del comercio injusto. En el contexto de los acuerdos mundiales de libre comercio, gran parte del mundo sigue amargado por el grado de control que ejerce EE.UU. no sólo sobre organismos como la OMC (Organización Mundial del Comercio), sino también sobre sus comités de arbitraje y otros, que con demasiada frecuencia llegan a decisiones sorprendentes que favorecen a EE.UU. Sin esta influencia desleal, Estados Unidos no habría ganado casi ningún litigio comercial y sería mucho más pobre por ello.
Hay dos corrientes en el río proteccionista. Una es mercantilista: una búsqueda quizás racional de beneficios para los fabricantes nacionales a costa de los productores extranjeros. La segunda es ideológica y política, por lo que suele ser irracional y más difícil de combatir. Una parte importante de la ideología mercantilista estadounidense es la creencia excesivamente patriótica, infundida a los estadounidenses por la incesante propaganda tonta de que las empresas estadounidenses son las más eficientes y producen los bienes de mayor calidad del mundo, siendo la conclusión natural de este conjunto de creencias que cualquier nación que supere a Estados Unidos debe estar haciendo trampas. La corriente ideológica también está fuertemente impregnada de excepcionalismo americano y la supremacía blanca. Los estadounidenses se quejan cuando cualquier nación actúa para proteger los sectores de la industria local de su destrucción por la invasión de las multinacionales estadounidenses, porque ellas consideran que es su derecho divino entrar y saquear libremente, sin importar la destrucción doméstica infligida.
También por motivos ideológicos, y comprensiblemente por su falta general de competitividad en todo lo que no sean armas de guerra, Estados Unidos ha politizado cada vez más sus conflictos comerciales, no sólo utilizando las políticas comerciales como herramientas de colonización, sino animando al mercado europeo y a otras naciones a erigir barreras comerciales a China en un esfuerzo concentrado y múltiple, para “abrir” a China en los aspectos más ventajosos para la hegemonía estadounidense, y cerrarla en todos los demás aspectos. En particular, el gobierno de EE.UU. persiste en su determinación de destruir las empresas estatales de China (ya que no puede competir con ellas), atacándolas no por motivos comerciales sino morales y religiosos, alegando tontamente la participación del gobierno como prueba prima facie de juego sucio. Al mismo tiempo, tanto EE.UU. como los países europeos subvencionan fuertemente muchas de sus exportaciones a China, lo que a veces perjudica considerablemente a los productores nacionales chinos. La hipocresía de estas medidas es realmente sorprendente.
La vertiente política e ideológica de las acciones proteccionistas de Estados Unidos sigue un patrón típico. En primer lugar, el gobierno estadounidense lanza un incendiario bombardeo mediático condenando a China por múltiples violaciones de las normas de la OMC y todo tipo de actividades comerciales ilegales y desleales, que consisten invariablemente en afirmaciones sin sustancia. La retórica es a menudo extrema, con afirmaciones exageradas e infundadas sobre la pérdida de cientos de miles o millones de empleos estadounidenses. Tras avivar así el fuego proteccionista, Estados Unidos impone arbitrariamente derechos de importación punitivos destinados a aplastar a las industrias chinas, y que no son más que maniobras de extorsión política destinadas a presionar a China para que admita a empresas estadounidenses en sectores sensibles o de seguridad nacional en los que China no las quiere. Entre ellos se encuentran las áreas financieras, los servicios de telecomunicaciones y la energía. Pero sobre todo, lo que quieren es castigar a China por mantener sus empresas públicas, que los estadounidenses odian tanto porque todo ladrón sueña con robar a los grandes bancos.
Gran parte de la presión extrema aplicada a China sobre el tipo de cambio del RMB tenía un objetivo similar, el de obligar a China a abrir más sus mercados a las multinacionales estadounidenses. Toda la retórica sobre el RMB no tenía sentido, aunque si se hubiera podido obligar a China a revaluar, tanto mejor para los estadounidenses. Pero en su defecto, esperaban al menos entrar en nuevos mercados y saquear aún más las cuentas bancarias chinas. Los casos comerciales de EE.UU. llevados a la OMC tienen la misma intención, no son vitales en sí mismos pero son útiles como herramientas de negociación de presión. Y por supuesto, la OMC está controlada en gran medida por Estados Unidos. Los estadounidenses no son tan estúpidos como para crear un organismo comercial mundial y darle autoridad sobre ello. La OMC no es diferente de la Corte Internacional de Justicia o del FMI; no es más que otra herramienta de conquista imperial y debe ser vista como tal. Y todos los comentarios tontos como que “China tiene que decidir si se ajusta y se adapta a las normas del comercio internacional o sigue siendo un país atípico”, no son más que propaganda e hipocresía estadounidense con ese especial sabor moral cristiano: “No queremos que os suicidéis económicamente por nosotros. Queremos que lo hagáis porque es la voluntad de Dios”.
Desde el colapso financiero de EE.UU. en 2007, y su atribulada economía que aún no muestra signos de recuperación después de casi una década, EE.UU. intensificó drásticamente sus actitudes proteccionistas, con cientos de quejas comerciales contra China, casi todas injustificadas. La lista de productos en cuestión se amplía cada semana, y el gobierno estadounidense llega a imponer dobles aranceles en docenas de casos, en contra de su propio compromiso con las normas y acuerdos comerciales internacionales, y todos declarados ilegales por la OMC. Por supuesto, China protesta e impugna todas estas medidas proteccionistas estadounidenses, pero estas defensas son largas y costosas incluso aunque China acabe ganando los casos. En muchos casos, la legislación estadounidense no autoriza al gobierno a tomar medidas comerciales, pero Estados Unidos ha ignorado repetidamente sus propias leyes para lanzar docenas de las llamadas “investigaciones” comerciales contra China durante los últimos años. Cuando un tribunal estadounidense dictaminó que el gobierno de Estados Unidos no tenía derecho a imponer aranceles más altos a los productos procedentes de China, los estadounidenses encontraron una forma creativa de legalizar sus acciones ilegales. El Congreso de EE.UU. aprobó nuevas leyes y las retrasó cuatro años, y luego impuso los aranceles de todos modos. Hay que admirar la flexibilidad de la aplicación de la ley y la legislación estadounidenses, por no hablar de la aparente flexibilidad del concepto estadounidense del “Estado de Derecho”. Y por supuesto, la creación de “igualdad de condiciones”. Cabe señalar que los medios de comunicación occidentales desempeñan un papel activo en esta gran hipocresía, lanzando primero su bombardeo de demonización y publicando después artículos exagerados sobre la necesidad de que Estados Unidos presente otra queja comercial contra China. A continuación guardan silencio, sin que el público se dé cuenta de que esas quejas comerciales presentadas se quedan casi inevitablemente en nada.
El gobierno de EE.UU. ha promulgado astutamente algunas leyes comerciales que se han convertido en la barrera comercial no arancelaria más eficaz y despiadada del mundo. La Comisión de Comercio Internacional de EE.UU. puede lanzar lo que llama investigaciones de la Sección 337 contra empresas extranjeras con cualquier propósito, y las empresas estadounidenses abusan regularmente de esta legislación con fines proteccionistas que son claramente ilegales. Estas investigaciones son una medida comercial cuasi judicial que Estados Unidos utiliza para proteger a sus empresas locales de la competencia de los productos importados. Una vez iniciada una investigación de la Sección 337, los productos en cuestión e incluso productos similares pueden ser prohibidos en el mercado estadounidense para siempre, aunque todo el proceso sea ilegal según las normas comerciales internacionales. En los últimos años, las empresas estadounidenses se han aficionado a reclamar supuestas infracciones de patentes o de propiedad intelectual, y han utilizado estas investigaciones 337 simplemente como estrategia comercial para expulsar a los competidores chinos y hacerse con una mayor cuota de mercado. Cuando las empresas chinas tienen que enfrentarse a estas acusaciones formuladas por empresas estadounidenses, necesariamente sufrirán grandes pérdidas, ganen o no el caso.
Si una empresa china no responde inmediatamente, sus productos quedarán automáticamente excluidos del mercado estadounidense por la legislación de ese país. Pero para defenderse en estos casos, una empresa china puede tener que pagar muchas decenas de millones de dólares por diversos cargos, honorarios legales y muchos otros costes. Se trata de una legislación proteccionista estadounidense realmente despiadada, y no es más que un arma de este tipo en el arsenal de Estados Unidos contra la competencia extranjera, que se utiliza invariablemente siempre que Estados Unidos no pueda competir. Gracias a estas nuevas leyes, es sencillo e indoloro para una empresa estadounidense no sólo obtener ayuda del gobierno contra los competidores extranjeros, sino a menudo paralizarlos permanentemente. Para estas investigaciones, el gobierno estadounidense proporciona todos los abogados y paga la mayor parte de los costes, mientras que las empresas extranjeras gastan millones de dólares y meses de tiempo para defenderse de acusaciones que casi siempre están infundadas.
Con este imaginativo proceso estadounidense, a menudo no es necesario imponer realmente los aranceles u otros impuestos. Estas investigaciones comerciales son suficientes en sí mismas para destruir a los competidores extranjeros, ya que el organismo investigador puede exigir, y a menudo lo hace, cantidades ilimitadas de documentos con un plazo de entrega corto e impondrá sanciones aplastantes en caso de incumplimiento. La llamada “Comisión de Comercio Internacional” de Estados Unidos ha sido en muchas ocasiones irresponsablemente implacable, e incluso despiadada, en la aplicación de estas investigaciones para proteger a las industrias estadounidenses. He aquí dos ejemplos:
“En un caso, Matsushita se retiró de un caso antidumping y abandonó más de 50 millones de dólares en ventas de exportación, porque el Departamento de Comercio le exigió un viernes que tradujera al inglés 3.000 páginas de documentos financieros japoneses para el lunes siguiente por la mañana. En otro caso, el Departamento de Comercio exigió a la dirección de una pequeña empresa taiwanesa que le facilitara más de 200.000 datos y respondiera a un cuestionario de 100 páginas redactado en inglés. Pero la dirección de la empresa estaba formada únicamente por un matrimonio, y no pudieron responder. Utilizando esta falta de respuesta inmediata como excusa, el Departamento de Comercio de EE.UU. impuso un impuesto “antidumping” de casi el 60% a los jerséis taiwaneses, haciendo imposible la supervivencia de estas empresas. En el plazo de un año desde el inicio de esta supuesta “investigación”, más de dos tercios de las empresas que producían jerséis acrílicos en Taiwán quebraron.” Esta es una de las formas en que Estados Unidos “nivela el campo de juego” para sus propias multinacionales.
En una maniobra proteccionista clásica, EE.UU. provocó un episodio histórico conocido como “La Guerra del Pollo”. Francia y Alemania habían puesto aranceles del 2% o el 3% a las importaciones de pollo estadounidense, a lo que Estados Unidos se opuso y respondió imponiendo un impuesto punitivo del 25% a una enorme gama de productos europeos, incluido el minibús Volkswagen. Documentos desclasificados revelaron más tarde que el minibús se incluyó porque los sindicatos automovilísticos estadounidenses proponían una huelga justo antes de unas elecciones presidenciales, y el presidente estadounidense Johnson llegó a un acuerdo con los sindicatos para castigar el éxito de Volkswagen en Estados Unidos a cambio de abandonar la huelga. Por lo tanto, Johnson hizo que el Departamento de Comercio de EE.UU. reclasificara el minibús de VW como camión para que se le aplicara el impuesto. El resultado fue devastador: Las exportaciones alemanas de camiones a Estados Unidos se desplomaron un 35%, y el querido minibús desapareció del mercado estadounidense, para no volver a ser visto. A día de hoy, ese “impuesto del pollo” sobre el minibús de VW sigue existiendo. Esta es la única razón por la que los fabricantes de automóviles estadounidenses tienen tanto éxito en la venta de camiones ligeros en su mercado nacional; la competencia ha sido eliminada por los proteccionistas en nombre de la creación de la “igualdad de condiciones” que los estadounidenses dicen venerar.
El proteccionismo estadounidense se puso de manifiesto contra Japón en la década de 1980, cuando la gran América empezó a temer de verdad la eficiencia productiva de Japón y sus productos de alta calidad. El éxito de Japón hizo que los estadounidenses llamaran a los japoneses “superhombres”, y se generó un auténtico temor cuando Japón empezó de repente a repatriar sus excedentes acumulados y a comprar iconos corporativos estadounidenses como los estudios Universal, Columbia Records, el Rockefeller Center, el club de golf de Pebble Beach y otros. El columnista William Safire, entre otros, escribió un artículo en el New York Times sobre “El Peligro Amarillo”, y hubo gritos por todas partes de “¿Dónde atacará Japón la próxima vez?” Con todo ello, los estadounidenses se convencieron de que Japón estaba haciendo algún tipo de “trampa”, al igual que ocurre hoy con China, y adoptaron innumerables medidas proteccionistas destinadas a combatir las ventajas manufactureras de Japón.
Estados Unidos comenzó a hacer acusaciones cada vez más estridentes sobre Japón, exigencias cada vez más irracionales y amenazas cada vez más estúpidas. En un momento dado, con el fin de garantizar un “comercio justo” y “la igualdad de condiciones”, el presidente estadounidense Reagan propuso un impuesto del 100% sobre todos los productos fabricados en Japón. Eso no ocurrió, pero Estados Unidos empezó a aplicar impuestos de importación cada vez más elevados a muchos productos japoneses. Uno de ellos fue un arancel del 50% sobre todas las motocicletas japonesas, que fue lo único que salvó a la empresa estadounidense Harley-Davidson de la extinción; otro fue un arancel del 100% sobre los vehículos de lujo japoneses. Como la industria automovilística estadounidense estaba en caída libre y no podía esperar competir con las empresas japonesas, Japón también se vio obligado a firmar acuerdos de exportación “voluntarios” en los que limitaba sus ventas a Estados Unidos.
Ninguna de estas medidas fue suficiente para evitar el ascenso de Japón o el declive de Estados Unidos, y en una de las mayores medidas proteccionistas de todos los tiempos, Estados Unidos intimidó a Japón para que firmara el “Acuerdo del Plaza” de 1985, un acuerdo para revaluar el yen. Al igual que con el RMB chino en los últimos años, EE.UU. afirmó que la moneda japonesa estaba demasiado baja, aunque ya se había apreciado de 360:1 a 240:1. En dos años, el yen duplicó su valor frente al dólar estadounidense, paralizando la economía de Japón, un destino del que todavía no se ha recuperado. Se puede ver que hay muchas maneras de “nivelar el campo de juego”. El gobierno de Estados Unidos ha intentado lo mismo con China, ejerciendo durante muchos años una enorme presión política y mediática para que se revalúe el RMB, con muchos funcionarios estadounidenses afirmando que la moneda china estaba “al menos un 40% infravalorada”. Por supuesto, no era tal cosa, como ha demostrado la historia; el RMB cotizaba todo el tiempo en el rango apropiado, pero los funcionarios estadounidenses esperaban duplicar su éxito con Japón y obligar a China a cometer un suicidio económico mediante una gran revaluación. Afortunadamente, China no es una colonia militar de EE.UU. como lo es Japón, y los estadounidenses no tenían suficiente influencia para llevar a cabo su sucio acto.
Hace algunos años, la industria forestal estadounidense pasaba por una mala racha. El dólar estadounidense estaba alto y la madera canadiense (para construir casas) era relativamente mucho más barata. Por ello, el Gobierno de EE.UU. impuso arbitrariamente un arancel punitivo de alrededor del 40% a toda la madera canadiense. Las empresas forestales canadienses no estaban haciendo trampas ni recibiendo subvenciones, sino que las empresas estadounidenses no podían competir, por lo que el gobierno “niveló el terreno de juego” mediante un impuesto ilegal que hizo que los productos canadienses fueran casi prohibitivos y perjudicó gravemente a la industria forestal canadiense. Para empeorar las cosas, el “impuesto” no se le pagaba al gobierno estadounidense, sino a las empresas forestales de ese país. Así que ahora las empresas estadounidenses tenían un mercado maderero cerrado en el que Canadá tendría que pagar a los productores estadounidenses un enorme diferencial de costes en sus exportaciones a Estados Unidos, pagando de hecho a las empresas madereras estadounidenses el valor de todas sus ventas perdidas.
Por supuesto, la OMC dictaminó que eso era ilegal y que había que devolver todos los impuestos cobrados, pero para entonces habían pasado casi tres años, el dólar estadounidense había vuelto a bajar y la industria canadiense ya no era una amenaza. Estados Unidos acabó retirando los aranceles, pero el daño ya estaba hecho. A pesar de la ilegalidad de los aranceles y de la orden directa de la OMC de devolver el dinero, EE.UU. exigió que Canadá “negociara” el importe de los aranceles que debía devolver. Al final, Estados Unidos sólo devolvió la mitad del dinero recaudado. Para entonces, los gigantes forestales estadounidenses estaban llenos de dinero (pagado por las empresas canadienses) y listos para comprar todas esas mismas empresas canadienses con su propio dinero. En Estados Unidos, esto se conoce como “nivelar el campo de juego”, y por supuesto, “jugar según las reglas”.
Puede que no haya ninguna categoría de productos estadounidenses que merezca más desprecio que la de la agricultura, donde el proteccionismo flagrante alcanza un nivel asombroso. Estados Unidos subvenciona fuertemente su sector agrícola, lo que fomenta la sobreproducción, generando excedentes que luego se vierten en los mercados mundiales a precios muy inferiores a los costes de producción, al tiempo que pone barreras arancelarias y de otro tipo a las importaciones agrícolas. Haití es uno de los países más pobres del mundo, pero las empresas estadounidenses venden arroz americano en Haití a precios inferiores a los costes de producción internos de Haití, lo que supone una subvención de probablemente el 80% o más. Lo mismo ocurre con la caña de azúcar, el etanol y una multitud de otros productos. Brasil puede producir etanol para combustible a un 10% de los costes de Estados Unidos, por lo que Estados Unidos “niveló el campo de juego” imponiendo un arancel de 54 centavos por galón al etanol extranjero mientras pagaba a los refinadores estadounidenses una subvención de otros 45 centavos, dejando a Brasil fuera de los mercados de exportación. El resultado fue de más de 6.000 millones de dólares en subvenciones anuales a los productores estadounidenses de etanol y un notable aumento de los precios de los alimentos, sobre todo del maíz. Estados Unidos también es imperdonablemente despiadado en la competencia desleal de productos agrícolas para destruir la productividad de otras naciones mientras crea mercados para sus propias empresas. Cuando Estados Unidos comenzó su programa para desestabilizar a Cuba, su primer acto fue imponer enormes aranceles a las importaciones de azúcar cubano, lo que destrozó la economía cubana pero creó un nuevo mercado para Sanford Dole, que acababa de conseguir secuestrar la nación de Hawai. Estados Unidos está haciendo algo similar a China hoy en día con sus exportaciones subvencionadas de cultivos transgénicos como la soja; el propósito de los bajos precios subvencionados es expulsar a los productores chinos del mercado, tras lo cual Estados Unidos controlará gran parte del suministro de alimentos en China y podrá subir los precios a cualquier nivel. Esto ya está ocurriendo en China, y es un modelo que Estados Unidos aplica en todo el mundo.
Las exportaciones chinas de automóviles crecen más de un 20% al año, pero no hay coches chinos en Estados Unidos. La pregunta es: ¿por qué no? La respuesta sencilla es, por supuesto, las normas federales de choque de Estados Unidos. Como explica la revista Forbes, “en una aparentemente eterna batalla del gato y el ratón, en cuanto los fabricantes chinos cumplen con las emisiones Euro 5 o construyen un coche con 4 estrellas NCAP o más, aparece una nueva serie de normas y directrices”. Entonces tenemos que preguntarnos quiénes son los verdaderos proteccionistas del comercio y quiénes manipulan las normas comerciales cuando no pueden competir? ¿Son los Estados Unidos o China? Ciertamente, si China jugara al mismo juego que EE.UU. en cuanto a las normas de los automóviles, no habría coches estadounidenses en China. Y eso sería algo bueno.
Otro ejemplo: Estados Unidos aplicó un arancel del 55% a los neumáticos de bajo coste procedentes de China. Ningún fabricante estadounidense fabricaba neumáticos en ese rango de precio, por lo que las exportaciones chinas no perjudicaban a ninguna empresa estadounidense, y de hecho, contribuían a mantener los bajos precios de venta al público en Estados Unidos. Obama presentó estos aranceles punitivos como una forma de “crear puestos de trabajo en Estados Unidos”, pero en realidad no se creó ningún puesto de trabajo, y el resultado principal fue que 300 millones de estadounidenses tuvieron que pagar ahora un 55% más por sus neumáticos para automóviles. Estados Unidos “castigó” a China aumentando enormemente los costes para sus propios ciudadanos. Después de cinco años de “castigo”, el Departamento de Comercio de EE.UU. dispuso que el sindicato estadounidense United Steelworkers presentara otra solicitud de acción, alegando -sin pruebas- graves daños a la industria estadounidense de neumáticos causados por las importaciones chinas “que se benefician injustamente de las subvenciones del gobierno” o que se “venden por debajo del valor justo” en el mercado estadounidense. En estos casos, es importante señalar que la definición de “valor justo” es un precio que los fabricantes estadounidenses no pueden alcanzar. Siempre que las empresas estadounidenses no son competitivas en precio -lo que ocurre la mayoría de las veces- se acusa a las empresas extranjeras de “dumping” de mercancías, de venderlas por debajo del “valor justo de mercado”, lo que desencadena más medidas proteccionistas para llevar el precio de las mercancías extranjeras a un nivel lo suficientemente alto como para que las empresas estadounidenses puedan competir. Estas políticas son casi siempre enormemente deshonestas e hipócritas, aunque de nuevo los medios de comunicación siempre guardan silencio, por lo que pocos conocen los detalles. En el caso de los neumáticos chinos, las empresas estadounidenses como Cooper, que exportan su producción de China a los Estados Unidos, pagarán un arancel propuesto de sólo el 12,5%, mientras que las empresas chinas que exportan neumáticos similares a los Estados Unidos al mismo nivel de coste, pagarán aranceles de más del 80%. En Estados Unidos, esto se conoce como nivelar el campo de juego.
Un ejecutivo estadounidense declaró que “los fabricantes de neumáticos de Estados Unidos tomaron hace años la decisión de trasladar la producción de estos neumáticos de bajo coste fuera de Estados Unidos. Lo único que hará esta medida es obligarles a trasladar la producción a otros países”, que es exactamente lo que ha ocurrido. Después de casi dos años de lucha, un empresario chino instaló una fábrica de neumáticos en Tailandia, principalmente para evitar los aranceles estadounidenses. Y por supuesto, esa era la intención; o bien expulsar a las empresas chinas del negocio, o bien expulsar a las empresas de China. En cualquier caso, Estados Unidos obtiene una victoria imperial. El enorme coste adicional para los consumidores estadounidenses se ignora, porque el único objetivo es producir mayores beneficios para las multinacionales estadounidenses y las pocas élites que las controlan, para fomentar la transferencia de riqueza de las clases medias y bajas al 1% superior. La democracia en acción. Estados Unidos ha hecho lo mismo con China en varios ámbitos. Las tuberías de acero de Tianjin se vendían en EE.UU. con una prima del 20% sobre su precio interno en China, pero las empresas estadounidenses seguían sin poder competir, por lo que EE.UU. aplicó un arancel total de casi el 60% a estos productos de acero, haciendo que las exportaciones chinas disminuyeran en un 75%. Una vez más, las empresas chinas se enfrentan a la opción de cerrar o trasladar su producción fuera de China, ya que no siempre es fácil o posible desarrollar rápidamente nuevos mercados de exportación. Muchos de los aranceles estadounidenses sobre los productos chinos alcanzan el 100% y algunos han llegado a superar el 300%, sobre exportaciones por valor de muchos miles de millones de dólares.
En EE.UU. ha proliferado la legislación “Compra Americano”, que junto con una intensa presión política interna, pretende intimidar a las empresas estadounidenses y a los gobiernos de bajo nivel para que eviten los productos extranjeros. Esto, a pesar de la intensa presión estadounidense sobre países como China para que “jueguen limpio” y desarrollen “un mercado abierto” para las empresas estadounidenses en los mercados correspondientes de China. En un caso célebre, California arrancó del suelo un oleoducto canadiense recién instalado para sustituirlo por “acero estadounidense”. No está claro quiénes fueron los beneficiarios de esto. Poco después, las autoridades estadounidenses ordenaron el desmantelamiento de un puente recién construido en Colorado tras descubrir que contenía vigas de acero procedentes de Canadá. En otro caso actual, la terminal de transbordadores de Prince Rupert, en Canadá, que se encuentra en terrenos de propiedad federal, fue subarrendada a los estadounidenses mediante un contrato de gestión de 50 años, y que ahora se someterá a una enorme mejora de la construcción -que pagará el gobierno canadiense-, pero que está totalmente sujeta a las normas de “Compra Americano”. Esto significa que decenas de millones de dólares en acero y otros suministros de construcción serán proporcionados por empresas estadounidenses, dejando a Canadá completamente fuera de su propia propiedad.
A principios de 2014, Estados Unidos introdujo nuevas leyes que exigen un contenido 100% estadounidense en todos los proyectos de tránsito financiados por el gobierno federal, lo que prácticamente elimina incluso a empresas como la canadiense Bombardier, que suministra la mayoría de los trenes y autobuses de Estados Unidos. Por tanto, las empresas canadienses se ven excluidas de miles de millones de dólares en proyectos de transporte financiados por el gobierno en EE.UU., mientras que sus rivales estadounidenses tienen libertad para conseguir trabajos similares en Canadá. Del mismo modo, la administración estadounidense está arengando a China para que abra completamente todos los sectores de la economía china y permita que las empresas estadounidenses participen en todos los proyectos gubernamentales, mientras que al mismo tiempo restringe fuertemente la participación de las empresas chinas en los proyectos estadounidenses, normalmente por motivos espurios de “seguridad nacional”. Podemos preguntarnos legítimamente por qué la competencia es “buena para China” pero no para los estadounidenses. En agosto de 2016, se anunció repentinamente que la empresa conjunta entre China Railway y XpressWest, una empresa privada estadounidense, había cancelado los planes para construir el primer ferrocarril de alta velocidad en Estados Unidos entre Los Ángeles y Las Vegas. ¿Por qué? Escucha las declaraciones de la empresa:
“XpressWest” indicó que su “mayor reto” era la exigencia del gobierno federal de que los trenes de alta velocidad se fabriquen en Estados Unidos para conseguir las autorizaciones reglamentarias. “Como todo el mundo sabe, no hay trenes de alta velocidad fabricados en Estados Unidos. Este requisito inflexible ha sido una barrera fundamental para la financiación del ferrocarril de alta velocidad en nuestro país. Durante los últimos 10 años, hemos esperado pacientemente a que los responsables políticos reconozcan que el ferrocarril de alta velocidad en Estados Unidos es una empresa nueva, y que permitir los trenes de países con décadas de experiencia en ferrocarriles seguros de alta velocidad es necesario para conectar la región del suroeste y poner en marcha esta nueva industria.”
Por lo general, conocemos las historias de los estadounidenses que exigen el derecho a entrar en China y comprar toda empresa y marca que merezca la pena, mientras que niegan a China la oportunidad de comprar cualquier empresa en Estados Unidos, normalmente por motivos ficticios de “seguridad nacional”. En un caso, se denegó a una empresa china el permiso para construir un parque eólico porque estaba cerca de una base militar. En otro caso reciente, los planes de la empresa china Superior Aviation para comprar el fabricante de aviones estadounidense Hawker Beechcraft se vinieron abajo por las alegaciones de más objeciones de seguridad nacional y las supuestas dificultades para separar las operaciones aeroespaciales de defensa de Hawker Beechcraft de otros negocios.
Más recientemente, a las empresas chinas les resulta casi imposible vender productos de comunicaciones y otros productos de alta tecnología en EE.UU., porque el gobierno aduce regularmente “problemas de seguridad nacional” y prohíbe las compras o las ventas. En un caso clásico de proteccionismo depredador, el gobierno estadounidense prohibió todos los productos de la empresa china de electrónica Huawei, alegando que el presidente de la compañía había servido en el ejército chino, y que la empresa sería un “riesgo para la seguridad nacional”. La verdadera razón era proteger a la empresa estadounidense Cisco Systems de los mejores productos y los precios más bajos de Huawei, contra los que Cisco no podía competir. Al mismo tiempo, el gobierno australiano anunció la prohibición de que Huawei participara en su propuesta de red de Internet de alta velocidad de 36.000 millones de dólares, alegando la responsabilidad de “proteger su integridad” de los ciberataques chinos. Australia denunció una considerable presión política de Estados Unidos para tomar esta decisión, al igual que muchas naciones europeas. En 2012, las empresas de telecomunicaciones estadounidenses recibieron un notable documento de marketing destinado a crear sospechas sobre Huawei. El informe afirmaba: “El miedo a Huawei se extiende por todo el mundo. A pesar de los desmentidos, Huawei ha luchado por desvincularse del Ejército Popular de Liberación de China y del gobierno chino”.
Más tarde se descubrió que el autor del documento era el principal rival de Huawei en Estados Unidos, la empresa californiana Cisco Systems. Pero mientras Cisco hacía estas acusaciones sobre China, también se reveló que Mike Quinn, un vicepresidente de Cisco, era un antiguo oficial de la CIA, y que muchos otros altos empleados de Cisco habían servido en el ejército estadounidense. Aquí no hay doble rasero. Como muestra del espejo ciego de supremacía del que Estados Unidos obtiene su autoimagen, por no hablar de su increíble hipocresía, el gobierno estadounidense exige que se dé a Cisco la oportunidad de vender productos electrónicos similares en China, y a las industrias más sensibles como la de defensa, ridiculizando las preocupaciones de China por la seguridad nacional. La hipocresía bravucona estadounidense es verdaderamente exasperante a veces.
Y luego tenemos a AmCham, la Cámara de Comercio Americana en China, el ángel guardián de la hipocresía para los estadounidenses de todo el mundo, quejándose en el Washington Post de que China estaba “avanzando agresivamente” con normas que dejarían fuera a las empresas extranjeras, iniciando lo que AmCham caracterizó como una “intensa campaña” para obligar a las instituciones públicas y a las empresas a instalar software y hardware desarrollados en China para proteger los sistemas informáticos nacionales del espionaje de la NSA. Sin embargo, según AmCham, aunque China presentó la medida como una cuestión de seguridad nacional, los requisitos iban “mucho más allá de las normas establecidas por otros países”. El informe señala que las nuevas normas de China “mantienen una definición excesivamente amplia de la seguridad nacional, que es contraria a la práctica internacional habitual”. ¿China fue más allá de las normas establecidas por otros países? EE.UU., alegando “seguridad nacional”, prácticamente expulsó a Huawei del país, y Haier ni siquiera pudo comprar una fábrica de lavavajillas, pero cuando China sustituye algunos equipos de Cisco en situaciones delicadas, esto es “ir más allá de las normas con una definición demasiado amplia de seguridad nacional”.
Nadie en el gobierno de los Estados Unidos parece tener la inteligencia para preguntar por qué, si Cisco tiene ejecutivos que estuvieron con la CIA, eso no constituiría una amenaza para la seguridad nacional de China. Y por supuesto, sí constituye tal amenaza. Los esfuerzos por desacreditar a Huawei ilustran el miedo y el resentimiento que sienten las empresas estadounidenses ante los competidores chinos de gran éxito que se están apoderando de los mercados mundiales de las telecomunicaciones, que antes eran una industria netamente estadounidense. Un experto estadounidense escribió: “Durante mucho tiempo se pensó que éramos la economía número uno y que China sólo suministraba mano de obra barata. Pero ahora está claro que China tiene mucho que ofrecer en términos de innovación y política industrial, y ahora los estadounidenses están asustados”. Y así deberían estarlo. Si el mercado de las telecomunicaciones fuera “libre y abierto” y “en igualdad de condiciones”, como dicen querer los estadounidenses, Huawei y ZTE ya se habrían hecho con todo el mercado de Estados Unidos y Cisco se reduciría a ensamblar playstations OEM para Sony. En este contexto, cabe señalar que el embajador estadounidense Gary Locke no es amigo de China. Los informes afirman que en noviembre de 2010, cuando Locke era el Secretario de Comercio de EE.UU., presionó intensamente a Sprint Nextel para que rechazara cualquier oferta de Huawei, por razones puramente políticas.
Lo mismo ocurre con las recientes y agrias discusiones de Estados Unidos sobre las exportaciones de paneles solares de China. Durante los últimos 5 años, debido a las enormes inversiones en tecnología, China se ha convertido en el líder mundial en la producción de paneles solares a precios cada vez más atractivos. Y en el proceso, Estados Unidos había perdido su liderazgo, las empresas estadounidenses eran ineficientes y tenían precios excesivos, con tecnología anticuada y toda la industria solar estadounidense era prácticamente un cadáver andante. Por ello, un panel comercial estadounidense aprobó una investigación sobre las acusaciones de “prácticas comerciales desleales de China” en el sector de la energía solar, concluyendo que los productores estadounidenses se habían visto perjudicados o amenazados con un daño mortal por los “precios injustamente bajos” de las importaciones procedentes de China. Es importante señalar que no es necesario que el comercio chino sea desleal en ningún sentido para que China sea castigada con aranceles. Basta con que los estadounidenses no puedan competir, y por eso “nivelan el campo de juego” imponiendo aranceles punitivos de hasta el 250% a miles de millones de dólares en productos de energía solar de más de un centenar de productores y exportadores chinos. El propósito es claro: los estadounidenses no pueden competir, y quieren dañar rencorosamente la supremacía mundial de China en energía solar (1) para sacarlos del mercado estadounidense, (2) intentando reducir sus ingresos para ayudar a matar aún más la investigación y el desarrollo. Esta es sólo una de las formas en que Estados Unidos intenta consolidar su posición de liderazgo en cualquier sector de alta tecnología, alejando la posible competencia de China. Por supuesto, esto perjudicará a China, pero no ayudará a los estadounidenses, y aumentará enormemente los costes de instalación de los paneles solares. Esto es proteccionismo del peor, iniciado por el mayor defensor del mundo del “libre comercio”, lo que significa que “el comercio es libre, sólo si yo gano”. Para empeorar las cosas, Estados Unidos intimidó a la UE y a otras naciones occidentales para que hicieran lo mismo. Toda la industria solar se arriesga a un colapso por esta tontería proteccionista, pero Obama insistió en que Estados Unidos “no cedería las industrias solar, eólica o de baterías a China”.
A medida que China continúa su desarrollo económico con la consiguiente mejora de su capacidad industrial, exporta cada vez más productos de alta tecnología y mayor valor añadido a los mercados mundiales, lo que por supuesto, afecta a la cuota de mercado de estos productos de gama alta de los países occidentales. A pesar de toda la palabrería y las quejas de las empresas estadounidenses sobre el dumping de productos por parte de China, o la violación de la propiedad intelectual de alguien, o la realización de “trampas” indefinidas en el comercio, la pura verdad es que las empresas estadounidenses simplemente están recurriendo a métodos ilegales e injustos para proteger su cuota de mercado, especialmente porque los productos de alta tecnología generan muchos más beneficios que los artículos de gama baja, como la ropa o el calzado, que China fabricaba inicialmente. Es casi siempre cierto que las acusaciones de comercio desleal contra China y otras naciones similares, son alegaciones calumniosas destinadas al consumo público en casa para cambiar el rumbo de la opinión pública y conseguir apoyo para más medidas proteccionistas que ayuden a unas pocas empresas estadounidenses, mientras que les cuestan a los consumidores estadounidenses miles de millones de dólares en precios más altos. Se trata de un verdadero beneficio corporativo a gran escala en el que los únicos ganadores son unos pocos industriales.
EE.UU. siempre ha intentado extender su influencia extraterritorial y su dominio político utilizando la excusa de la “seguridad nacional” para inmiscuirse en los asuntos de otras naciones que no le conciernen aparentemente. Un ámbito cada vez más problemático es el de las fusiones y adquisiciones internacionales en las que participan dos empresas extranjeras, una de las cuales puede tener operaciones menores en Estados Unidos. Los estadounidenses crearon un organismo denominado Comité de Inversiones Extranjeras en EE.UU. (CFIUS), para examinar las adquisiciones extranjeras de activos estadounidenses, pero han utilizado cada vez más este organismo para interferir en las adquisiciones asiáticas (especialmente chinas) de empresas europeas o de otro tipo que tengan activos estadounidenses. En un caso, la empresa holandesa Philips había acordado vender su negocio de componentes de iluminación a una empresa china, pero los estadounidenses ejercieron una enorme presión política para bloquear la venta, porque Philips tenía algunas operaciones de I+D y una gran cartera de patentes en una empresa estadounidense, que los estadounidenses no querían que obtuviera China.
Probablemente, Philips podría haber retirado esas operaciones de Estados Unidos y haber procedido a la venta, pero los estadounidenses amenazaron con tomar represalias de muchas otras maneras, incluyendo el cierre de los productos de Philips al mercado estadounidense. Tanto los europeos como los chinos están expresando un fuerte resentimiento contra esta interferencia descaradamente política que tiene como único propósito la determinación estadounidense de controlar el acceso a la tecnología por parte de otros países. En otras palabras, los estadounidenses se han arrogado la autoridad de decirle a una empresa holandesa que no puede vender tecnología a una empresa china, bajo la amenaza de perder el acceso al mercado estadounidense. Por otro lado, los estadounidenses exigen el derecho a entrar en China y comprar cualquier cosa, la filosofía operativa cambia repentinamente a “mercados abiertos” y “libre comercio”, las preocupaciones chinas sobre la seguridad nacional se desestiman como “propaganda comunista”.
A finales de 2015, Estados Unidos impuso un impuesto de importación de casi el 250% al acero chino, con el patético argumento de que las importaciones de acero de China “parecían ser excesivas”. El simple hecho era que China podía producir acero de alta calidad a precios mucho más bajos que las empresas estadounidenses, como US Steel, que en su mayoría estaban sangrando en números rojos. US Steel dijo que los aranceles eran “un buen primer paso” para detener “estas prácticas dañinas, ilegales e injustas”. Pero por supuesto, no había prácticas ilegales ni injustas. Los estadounidenses son maestros en redactar los precios del comercio en términos evangélicos y en apresurarse a dar la máxima moral, pero la verdadera cuestión es el asunto del libre comercio, según el cual yo debería poder vender mis productos al precio que yo decida. Si he malinterpretado el mercado y he sobreproducido un producto, es muy posible que tenga que venderlo a precio de coste, o incluso con pérdidas, para eliminar mis existencias y recuperar el dinero que pueda. Esta práctica no es ni depredadora ni inmoral, ya que estos descuentos son temporales y, por lo general, menores, reducciones de tal vez un 10% o un 20%, y representan un beneficio real para clientes como la industria automovilística estadounidense, que también está sufriendo.
Y la ventaja de costes de China en la fabricación de acero también es de ese mismo grado, quizá sólo del 5% o el 10%, pero el gobierno estadounidense no intenta en ningún sentido “nivelar el campo de juego”, como afirma, sino que toma claramente medidas diseñadas para paralizar e incluso colapsar las industrias de un competidor. ¿De qué otra manera podemos interpretar los aranceles estadounidenses sobre el acero chino al 250%? Estas medidas sólo pretenden eliminar totalmente los productos extranjeros del mercado estadounidense siempre que las empresas americanas no puedan competir, que es la mayoría de las veces. En declaraciones a The Wall Street Journal, Li Xinchuang, vicesecretario general de la Asociación China del Hierro y el Acero, afirmó que China no es la única responsable del exceso de oferta mundial de acero, y que los aranceles más altos impuestos a sus exportaciones son injustos. “El exceso de capacidad de la industria siderúrgica es global. No es una situación exclusiva de China. Tenemos buena calidad y precio. No se trata sólo del precio. No veo por qué no podemos exportar si podemos ofrecer buena calidad a los clientes”. Los estadounidenses siguen esta pauta en todos los ámbitos imaginables para intentar limitar o eliminar la competencia para las empresas estadounidenses. Pero todas estas son medidas temporales que requerirán una repetición interminable, porque las empresas estadounidenses en la mayoría de las industrias no son competitivas.
A Estados Unidos le gusta calumniar a China presumiendo de todas las denuncias que ha presentado ante la OMC contra este país por comercio desleal. Como siempre, los medios de comunicación estadounidenses sólo informan de la acusación, no del veredicto. En un caso típico, la OMC rechazó las 13 reclamaciones presentadas por EE.UU. y dictaminó que las medidas antidumping estadounidenses eran ilegales y violaban las normas de la OMC. En la mayoría de los casos, Estados Unidos simplemente abusa del proceso empleando metodologías cuestionables en sus determinaciones. Estas prácticas persistentes de EE.UU. no son más que una forma de acoso y proteccionismo agresivo, y no están relacionadas con el libre comercio. Los estadounidenses impugnan cada año miles de millones de dólares de importaciones chinas, y casi todas fracasan.
Del mismo modo, EE.UU. presenta repetidamente quejas triviales sin sentido ante diversos organismos comerciales, en un caso acusando al gobierno chino de subvencionar injustamente a sus cultivadores de algodón. En este caso, la subvención era inferior a la permitida por la OMC y se aplicaba únicamente a agricultores de subsistencia muy pequeños en regiones remotas y subdesarrolladas para proteger su medio de vida, siendo el volumen en cuestión insignificante en relación con la producción y el consumo totales de China. Muchas de las afirmaciones de los representantes comerciales estadounidenses fueron imprudentemente incorrectas o deliberadamente deshonestas. También en el caso del algodón, los estadounidenses acusaron a China de subvencionar fuertemente la producción nacional para crear reservas y luego exportarlas a precios injustamente bajos, una acusación absurda, ya que las importaciones de algodón de China pasaron de 100.000 toneladas a más de 4 millones de toneladas en una década, comprando hoy más de la mitad de la producción mundial, y no exportando nada. Y luego tenemos el otro lado de la valla, en el que China presentó casos ante la OMC que documentaban las fuertes subvenciones de Estados Unidos a los automóviles y a los repuestos, y que estaban distorsionando gravemente la industria nacional en China, uno de los muchos casos de este tipo.
En un caso no relacionado, más o menos al mismo tiempo, la Unión Europea solicitó la aprobación de la OMC para imponer sanciones de más de 12.000 millones de dólares a EE.UU., no sólo por conceder subvenciones ilegales a Boeing, sino por el incumplimiento por parte de EE.UU. de resoluciones anteriores sobre subvenciones ilegales concedidas a Boeing Aircraft. Mientras que Estados Unidos lleva a cabo sistemáticamente estas actividades proteccionistas ilegales contra otras naciones, los medios de comunicación estadounidenses sólo publican información que critica las prácticas comerciales de otros países. Hay dos puntos importantes aquí. Uno es que los ciudadanos estadounidenses nunca son informados de las acciones comerciales ilegales de su propio gobierno porque la información es muy eficazmente autocensurada por los medios de comunicación. El otro es que el gobierno de EE.UU. ha sido sancionado repetidamente durante décadas por violaciones comerciales, con órdenes de cesar y desistir, y de reembolsar los impuestos extorsivos y otros fondos recaudados. En prácticamente todos los casos, los estadounidenses, ateniéndose a su mundialmente famoso estado de derecho, se limitan a ignorar a las autoridades comerciales internacionales y continúan con sus prácticas.
El mundo sería un lugar mejor si los estadounidenses tuvieran la mitad de la excelencia en la producción y comercialización de productos que la que muestran para producir y comercializar afirmaciones infundadas de su superioridad moral. Las industrias estadounidenses del acero y el aluminio cuentan con instalaciones arcaicas y de alto coste, y en general, no son competitivas desde hace mucho tiempo. En cambio, las instalaciones de producción de China son nuevas y eficientes, y las empresas siderúrgicas del país pueden producir a un coste inferior al de la mayoría. Cuando los estadounidenses inundaban el mundo con acero y aluminio más baratos (a menudo subvencionados), esto se justificaba sobre la base de la eficiencia, la competitividad y la superioridad general de Estados Unidos, por no hablar de “dejar que el mercado decida”. Pero cuando China o cualquier otro país puede producir y vender una calidad equivalente a un coste inferior, el sentimiento de libre mercado desaparece rápidamente entre nubes de acusaciones de engaño, dumping, subvención y cualquier otro adjetivo que resulte conveniente. Los estadounidenses parecen partir de la premisa de que todo el mercado mundial es suyo. Si Boeing pierde por las ventas de Airbus, los europeos deben haber hecho trampa o haber sobornado a los funcionarios de la aerolínea. Si China vende acero o aluminio a un precio inferior al de las empresas estadounidenses, tenemos una acusación instantánea de que las empresas chinas están vendiendo por debajo del coste. Como he mencionado anteriormente, hay ocasiones en las que los productores de todos los países intentarán descargar el exceso de inventario, incluso con pérdidas, para recuperar su capital, pero esas ocasiones son un regalo único para los consumidores, que estarían perfectamente contentos de comprar todas sus materias primas por debajo del coste real de producción.
También en el caso del acero, los estadounidenses acusaron a las empresas chinas de “sobreproducir” e inundar los mercados mundiales con acero de bajo coste. Aparte del hecho de que los estadounidenses lo hacen repetidamente, ésta debería ser una definición de “mercado libre”: Produzco todo lo que puedo y trato de vender mi producción donde pueda. El volumen significa beneficios. Sin embargo, parece que cualquier nación que muestre signos de ser demasiado exitosa debe ser rápidamente derrotada, lo que nos lleva de nuevo a nuestras persistentes quejas ante la OMC. En cualquier caso, las empresas occidentales de mineral de hierro, como ejemplo, son famosas por producir en exceso en épocas de precios bajos, específicamente para expulsar a todos los productores marginales del negocio, tras lo cual controlan el mercado y pueden subir los precios a niveles desmesurados. Siguiendo con el acero y el aluminio, en 2016 los estadounidenses intimidaron a medio mundo en un intento de crear una apariencia de opinión uniforme para que China redujera su producción de estos metales, llegando incluso a pagar a 5.000 personas en Europa para que participaran en una protesta escenificada contra el acero chino. El problema era simplemente la falta de competitividad estadounidense en la producción de metales, con la consiguiente pérdida creciente de mercados y de volumen. El argumento era que el mundo no necesitaba un volumen tan elevado y que China debía cerrar la mitad de sus instalaciones de producción para salvar al mundo, pero esa es siempre la manera americana; yo estoy enfermo, pero quiero que tú te tomes la medicina. A mucha gente no se le ocurrió que eran las fábricas y fundiciones estadounidenses las que carecían de ventas, y que tal vez Estados Unidos debería cerrar sus instalaciones ineficientes y de alto coste “para salvar al mundo”. Y una vez más, cuando las empresas estadounidenses inundaban el mundo con metal barato y obligaban a otras naciones a reducir la producción, no se mencionaba entonces la salvación del mundo. Estos son otros ejemplos de la hipocresía que parece impregnar todo lo estadounidense: está bien si lo hago yo, pero está mal si lo haces tú.
Lo mismo ocurrió con la admisión de China en la OMC; los estadounidenses hicieron durante décadas todo lo posible para impedir la admisión de China, y luego, cuando ya no pudieron impedirla, se atribuyeron el mérito. Volvemos a ver esto en 2016 con la designación de China en Europa como una economía de mercado, una medida que facilita el comercio y lo hace más libre entre China y Europa. Una vez más, los estadounidenses están ahí, intimidando a todos los gobiernos europeos para que voten en contra de la admisión de China. Su éxito, si lo consiguen, no beneficiará a Estados Unidos, sino que perjudicará a China, que ese es el plan. Los países europeos estimaron que podrían perder colectivamente unos 60.000 puestos de trabajo al conceder a China el estatus de economía de mercado, pero por otro lado ganarían muchos más con el aumento de las inversiones chinas en Europa. Sin embargo, los estadounidenses consiguieron que una de sus supuestas ONG, Aegis Europe (controlada por Estados Unidos), estimara de forma complaciente que Europa perdería al menos 3,5 millones de puestos de trabajo. Nada de esto está relacionado con el comercio en ningún sentido; se trata simplemente de la intimidación imperial estadounidense, mientras llenan los medios de comunicación de Estados Unidos con enormes dosis diarias de literatura de odio para obtener el apoyo de un público ignorante.
Pekín ha tratado a las empresas estadounidenses con demasiada generosidad durante demasiado tiempo, dándoles un trato fiscal preferente, permitiendo una generosa valoración del “know-how” como aportación de capital a las empresas conjuntas, y muchas otras cosas. Es hora de igualar las condiciones. El gobierno chino permite a cientos de multinacionales extranjeras manejar sus negocios bastante bien en China, y prácticamente todas ellas son muy rentables. Es hora de que Occidente haga lo mismo con China. Las reglas del mercado abierto deben aplicarse a todos por igual. Las empresas chinas siguen enfrentándose a graves obstáculos al comercio y a la inversión, y los exportadores chinos se enfrentan a fuertes aumentos de impuestos y aranceles punitivos contra los bienes y servicios chinos lanzados por las naciones occidentales, casi siempre a instancias o a petición de Estados Unidos. China, como segundo mayor importador del mundo, ha sufrido la mayor cantidad de desafíos comerciales de todos los países durante 17 años consecutivos, y la mayor parte de las fricciones comerciales entre China y EE.UU. son políticas y no comerciales, y los estadounidenses suelen alegar como problema la “seguridad nacional”. Estas medidas cumplen principalmente el objetivo de Estados Unidos de impedir que las empresas chinas se expandan en el extranjero. En la mayoría de los casos, se trata de medidas proteccionistas apenas disimuladas, pero muchas son serias. A EE.UU. le preocupa especialmente el progreso de China en cualquier área que implique alta tecnología, sobre todo porque EE.UU. ha militarizado y convertido en arma este grado de conocimiento, y quiere evitar que China haga cualquier progreso militar. Por este motivo, el Congreso estadounidense aprobó recientemente un proyecto de ley que prohíbe a la Oficina de Ciencia y Tecnología y a la NASA coordinar cualquier actividad científica conjunta con China. Por si fuera poco, EE.UU. excluyó a China de una lista de 164 países a los que concedió su nueva excepción de licencia llamada “Autorización de Comercio Estratégico”.
Por esta razón, durante muchos años se prohibieron las exportaciones a China incluso de simples microprocesadores para PC. Los productos o materiales no tenían por qué ser de uso militar en China, los estadounidenses simplemente querían mantener a China en la oscuridad de la alta tecnología por cualquier medio posible. Las restricciones estadounidenses a las exportaciones de alta tecnología a China son “estrictas y amplias”, y han agravado los desequilibrios comerciales entre China y Estados Unidos. También perjudican las relaciones comerciales de China con otras naciones, porque el Departamento de Estado estadounidense ejerce una importante presión diplomática e incluso militar (o amenazas) sobre los europeos y otras naciones para que sigan el ejemplo de Estados Unidos. Muchas empresas estadounidenses se han quejado amargamente de la pérdida de oportunidades de negocio y de cuota de mercado en China como consecuencia de la imposición por parte del gobierno estadounidense del control de más de 2.000 de los llamados “artículos de alta tecnología” para su exportación a China.
Además, un gran número de empresas chinas, como Huawei, ZTE, Haier y CNOOC, han sufrido reveses en sus planes de adquisición y fusión en el extranjero debido a las restricciones comerciales de EE.UU. basadas en las llamadas alegaciones de “seguridad nacional”. A las empresas chinas les resulta casi imposible comprar activos en EE.UU. o vender productos de comunicaciones y otros productos de alta tecnología en ese país, porque el gobierno aduce regularmente “problemas de seguridad nacional” y prohíbe las compras o las ventas. Como si las compras y las ventas no fueran suficientes para satisfacer esta mentalidad de guerra fría, el Congreso de EE.UU. está considerando ahora normas más estrictas sobre las inversiones de las empresas estatales chinas, alegando que éstas supondrán riesgos tanto económicos como de seguridad para EE.UU. Y por supuesto, EE.UU. bloqueó las inversiones de Huawei y ZTE, con acusaciones vagas de espionaje totalmente infundadas y no documentadas.
Huawei perdió recientemente la oportunidad de comprar una empresa de software de banda ancha estadounidense (2Wire), porque el gobierno de Estados Unidos simplemente no quería que las empresas chinas compraran nada estadounidense. El gobierno estadounidense alegó que Huawei era un “riesgo para la seguridad” y anuló la venta, a pesar de que la empresa ofrecía más dinero que otros competidores. Ha habido muchos casos como éste. CNOOC quería comprar Unocal Petroleum en Estados Unidos, pero una vez más la propiedad de China -de algunos pozos de petróleo, sobre todo en Asia- sería un “riesgo para la seguridad”. Se trataba de una decisión poco disimulada para intentar limitar el acceso de China a un suministro suficiente de petróleo. La empresa china Tangshan Caofeidian Investment Corporation se vio obligada a abandonar una empresa conjunta con un fabricante estadounidense de fibra óptica, porque “amenazaría la seguridad nacional de Estados Unidos”. La empresa estadounidense de electrodomésticos Maytag estaba a la venta y atrajo una oferta de Haier, pero fue rápidamente eliminada por Estados Unidos por motivos de seguridad, y una empresa estadounidense superó la oferta de Haier en un 20% para asegurarse de que la empresa “no iría a China”. Sin embargo, las empresas estadounidenses -con el feroz apoyo político de su gobierno- exigen el “derecho” a venir a China y comprarlo todo, pero a China no se le permite preocuparse por su propio “riesgo de seguridad”. Está claro que algo tiene que cambiar.
Es casi cómica la forma en que el gobierno y los medios de comunicación estadounidenses plantean irrelevancias y acusaciones juveniles sobre que China “no cumple las reglas”. ¿Qué reglas? China está aprendiendo rápidamente de estos maestros de la hipocresía económica, que es la verdadera causa de los lloriqueos cada vez mayores de los medios de comunicación occidentales. Cuando otros empiezan a ganar, en el mismo escenario y bajo las reglas que utilizaron para aprovecharse de ti durante 300 años, de repente las reglas se vuelven “injustas”. De todas las naciones del mundo, EE.UU. es la más insanamente mercantilista y viciosamente depredadora, utilizando todo tipo de presión política, económica e incluso militar, para forzar las reglas de cada acuerdo de forma que funcione para su ventaja específica. Pero cada vez que cualquier otra nación -y hay muchos ejemplos- empieza a ganar a EE.UU. en su propio juego, jugando con esas mismas reglas de EE.UU., siempre son los estadounidenses los que inmediatamente empiezan a quejarse de que los demás son “injustos”, de que sus competidores superiores “no juegan con las reglas”, y a gritar a cualquiera que les escuche que lo único que quieren es “igualdad de condiciones”. Y por supuesto, los medios de comunicación estadounidenses lo engullen como un perro hambriento y lo regurgitan ante las masas, de modo que la mayoría de los estadounidenses creen que China realmente no sigue las reglas. Pero siempre es EE.UU. quien rompe cualquier regla e ignora cualquier ley que les resulte inconveniente.
Mantén tus Miserables Desechos en Casa
La inmigración es un área pequeña pero focalizada de la colonización económica practicada por varias naciones occidentales, pero principalmente por Estados Unidos. Estados Unidos lleva bastante tiempo aplicando una política de inmigración depredadora destinada a absorber y concentrar a los mejores y más brillantes -y el dinero- de las naciones en desarrollo, programas presentados en términos humanistas generosos, pero que en realidad funcionan como otra herramienta de colonización. Los científicos e investigadores que juegan a las sillas musicales entre las naciones occidentales pueden no crear ningún beneficio o pérdida neta para ningún país, pero poner la alfombra roja a los brillantes y ricos en los países en desarrollo del mundo no es ni accidental ni benigno, e incurre en grandes pérdidas para esas naciones porque son las que menos pueden permitirse esta sangría.
Puede que sea cierto que muchos de estos emigrantes habrían tenido pocas oportunidades de realizar sus investigaciones u otros trabajos en sus países de origen, pero este hecho sólo sirve de ilusión para enmascarar la realidad más amplia. Esta emigración elimina para siempre las posibles contribuciones al desarrollo nacional de estas personas, por pequeñas que hubieran sido, y transfiere permanentemente esas contribuciones a los Estados Unidos, magnificando así -y sirviendo para mantener- la disparidad de ingresos entre las naciones ricas y las pobres. De hecho, si bien es cierto que estos emigrantes habrían logrado poco en su país, es igualmente cierto que sin ellos EE.UU. también habría logrado poco, y la disparidad económica no habría aumentado. Puede que sea cierto que muchos emigrantes a EE.UU. sientan gratitud por la oportunidad de avanzar en sus carreras, pero esto es desde el punto de vista del individualismo estadounidense, que ignora las pérdidas sociales más amplias.
La inscripción en la Estatua de la Libertad de Nueva York, “Dame a tus cansados, a tus pobres, a tus masas acurrucadas que anhelan respirar libres, a los miserables desechos de tu repleta costa”, es sólo una tontería para sentirse bien para las tarjetas de felicitación de Hallmark. Si alguna vez tuvo algo de verdad, fue hace mucho tiempo. No hay “desechos miserables” que lleguen a las costas estadounidenses hoy en día, y no los ha habido durante mucho tiempo. Sólo los ricos y los dotados son bienvenidos hoy en día. A los estadounidenses les han lavado el cerebro haciéndoles creer que su país es el más rico porque son los mejores y más brillantes, pero eso nunca ha sido cierto. Durante milenios, China lideró el mundo en inventos, descubrimientos e innovación, y más recientemente países como Alemania y Japón han superado sistemáticamente a EE.UU. en casi todos los campos, excepto en armas de guerra y banca fraudulenta.
Hay otra categoría de inmigración que contribuyó en gran medida a la riqueza y el desarrollo de EE.UU., y fue lo que algunos deciden llamar “el gran éxodo científico durante y después de la Segunda Guerra Mundial”. Pero este gran éxodo no fue exactamente como el mito creado para el crédulo público estadounidense. Es cierto que algunos científicos judíos abandonaron Europa para ir a Estados Unidos durante la guerra, pero el efecto principal se produjo más tarde. Después de la guerra, el gobierno estadounidense trasplantó a Estados Unidos al menos a 10.000 científicos alemanes y a un gran número de japoneses, pero en casi todos los casos se trataba de criminales de guerra que huían de un juicio seguro y probablemente de la muerte por sus crímenes. La mayoría de los alemanes eran demasiado prominentes para ser colocados en la sociedad estadounidense y fueron escondidos en el ejército de EE.UU., donde atraerían menos la atención del público, sólo para ser liberados cuando los recuerdos se desvanecieran. Lo mismo ocurrió con los japoneses. Uno de los más famosos fue Werner von Braun, que creó la tecnología espacial y de misiles estadounidense, pero hubo muchos más con sus habilidades en asuntos militares, en experimentos humanos obscenos, en la tortura y mucho más, todos ellos inmigrantes atesorados para la maquinaria militar estadounidense. La suma de sus “contribuciones” a la sociedad estadounidense y al malestar mundial sólo puede imaginarse.
Control y Riqueza a través de Cárteles
Son muchos los ámbitos en los que Estados Unidos ha explotado su alcance comercial mediante políticas proteccionistas y monopolistas diseñadas para llenar las cuentas bancarias estadounidenses mientras drenaban el mundo. Un ejemplo destacado son los cárteles de productos básicos por los que Estados Unidos siempre ha sido famoso, con grandes empresas estadounidenses que controlan y manipulan mercados como el del petróleo. En 1952, un comité del Senado estadounidense publicó un informe sobre el cártel del petróleo, que mostraba que siete empresas controlaban el 85% de las reservas mundiales de petróleo. Controlaban las principales refinerías y oleoductos, fijaban los precios mundiales del petróleo y se repartían el mercado mundial. Cinco de estas empresas eran estadounidenses, las otras dos eran sus primas europeas. Todas trabajaban en la oscuridad para eliminar a los competidores y mantener un dominio absoluto sobre los suministros de petróleo al mundo, distribuyendo y compartiendo las zonas de producción, y fijando los costes de transporte y los precios de venta, para dominar el mundo controlando su petróleo. Incluso hoy podemos ver petroleros completamente cargados anclados en alta mar, a veces durante meses, esperando el momento de entrega más rentable.
Epílogo
Estos Volúmenes sólo ofrecen un vistazo, un breve resumen, de las actitudes y actividades del gobierno de EE.UU., que durante siglos han estado dirigidas a crear y mantener la riqueza nacional que los estadounidenses generalmente atribuyen a su “democracia” y al ingenio estadounidense, y sólo sirven para abrir una ventana a algunos orígenes de esta riqueza. Pero incluso a partir de esta breve introducción debería ser más que evidente que Estados Unidos no es rico ni por la libertad ni por la democracia, sino por un poderoso ejército, el capitalismo depredador de la “ley de la selva”, una saludable infusión de supremacía blanca y algunos accidentes de la historia. Como todos los imperios anteriores, Estados Unidos es rico hoy porque durante cientos de años copió, robó, intimidó, espió, invadió, colonizó y saqueó a naciones más débiles.
Estados Unidos no es ni tan innovador ni tan creativo como sugiere la narrativa popular, y debería ser más que obvio que las afirmaciones de querer “juego limpio” o “igualdad de condiciones” no son más que patrioterismo para las masas y representan un grado bastante elevado de hipocresía. Cuando se pelan las capas y se mira detrás de los muros de la propaganda, se encuentran pocas pruebas de que Estados Unidos se comporte internacionalmente con algún sentido del honor o incluso de la justicia. Hay poco en la conducta exterior de Estados Unidos que sea justo o moral, y ciertamente nada decente. Si yo fuera estadounidense, me sentiría desanimado y avergonzado, y no encontraría nada en lo anterior que me hiciera sentirme orgulloso de mi nación. Es realmente un orgullo tonto y simplista, casi patético, que tantos estadounidenses obtengan un brillo patriótico de su pertenencia a lo que es, de hecho, una vasta e insensible empresa criminal que los desprecia incluso a ellos.
Las áreas que hemos cubierto en este libro se refieren principalmente a las acciones y actitudes del propio gobierno de los Estados Unidos. Hay mucho más en este cuadro de la riqueza estadounidense relacionado con las acciones de las corporaciones multinacionales estadounidenses que es demasiado extenso para tratarlo aquí. En un volumen posterior, examinaremos las actitudes, acciones y efectos de la religión estadounidense del capitalismo depredador que busca comprar y matar a las principales marcas de todas las demás naciones, precisamente para eliminar la competencia de las empresas estadounidenses.
Al principio de este volumen señalé que la riqueza nacional y la personal no coinciden necesariamente, que algunas partes de una nación pueden ser extremadamente ricas mientras la mayoría se empobrece. Muchos, o incluso la mayoría, de los acontecimientos comentados anteriormente no sirvieron para enriquecer a “América” como nación, sino que fueron una forma de saqueo que llenó sólo unos pocos bolsillos. Las colonizaciones de naciones pobres fueron una de ellas. La esclavitud es otra.
Por último, es necesario señalar que una gran cantidad de las acciones que implican o facilitan la acumulación de riqueza no fueron tomadas por el gobierno de EE.UU. como tal, sino por aquellos que controlan el gobierno de EE.UU. desde las sombras, siendo la más obvia de ellas la Reserva Federal de EE.UU., que no es estadounidense, sino que es de propiedad privada de Rothschild, Warburg y algunos otros banqueros judíos europeos. Muchas de las acciones o eventos enumerados en este capítulo se debieron a los dueños de la FED y en su mayoría los beneficiaron solo a ellos. La mayoría de las confiscaciones de la guerra, el Lirio de Oro de Japón, las leyes de compra de plata y de oro, las manipulaciones de la moneda, el establecimiento del FMI y del Banco Mundial, todo encaja en esta categoría. Hay mucho más, como veremos.
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Los escritos del Sr. Romanoff se han traducido a 32 idiomas y sus artículos se han publicado en más de 150 sitios web de noticias y política en más de 30 países, así como en más de 100 plataformas en inglés. Larry Romanoff es consultor de gestión y empresario jubilado. Ha ocupado cargos ejecutivos de alto nivel en empresas de consultoría internacionales y ha sido propietario de un negocio de importación y exportación internacional. Ha sido profesor visitante en la Universidad Fudan de Shanghai, presentando estudios de casos en asuntos internacionales a las clases superiores del EMBA. El Sr. Romanoff vive en Shanghai y actualmente está escribiendo una serie de diez libros relacionados generalmente con China y Occidente. Es uno de los autores que contribuyen a la nueva antología de Cynthia McKinney “When China Sneezes (Cuando China Estornuda — Cap. 2 — Tratar con Demonios)”.
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